Pita Amor: ¡Soy un volcán!


Pluma celeste e infernal

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Pita Amor: ¡Soy un volcán!
Biografías
Julio 07, 2017 14:47 hrs.
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Mario Andrés Campa Landeros › diarioalmomento.com

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En mala hora conocí a Pita Amor.
Por primera vez vi a la anciana, ya marchita, encorvada, en casa de la amiga mutua Lina del Campo, directora de espectáculos artísticos en la explanada del Danzón, en La Ciudadela. Habíamos sido invitados a la fiesta de su cumpleaños. Pita y yo éramos convidados, cada quien por su lado. El departamento de Lina está ubicado dos pisos abajo del edificio Vizcaya, donde también vivía la poetisa, en la calle de Bucareli, Tenía su cuarto en la azotea. Yo iba acompañado del dueto ’Pepe y Mauricio’, quienes me habían ya informado que asistiría a la reunión la musa mexicana. Me la iban a presentar. Cuando llegamos, Lupita aún no estaba.
Lina al ver que se tardaba su vecina fue por ella. ’Apenas puede caminar’, dijo al salir.
Más tarde, Lina y Pita entraron al departamento. Se hizo un extraño silencio de respeto. Movieron un sillón para acomodar a la ’Undécima Musa’ como la bautizara Salvador Novo. Su amplio vestido rosa pastel sonaba a cada uno de sus pasos por la crinolina que llevaba puesta. Su cabello negro ensortijado, los colores en su cara y el exagerado rubor, trataban de ocultar los años que ya cargaba con pesar.
Ya en su lugar ’especial’, Pepe y Mauricio y yo nos acercamos a ella.
-Pita, le presento a don Mario A. Campa, un excelente periodista de El Universal.
Le extendí la mano. La anciana me miró de arriba abajo. Me escaneó abiertamente. Sin darme la mano expresó:
-Yo no le doy la mano a cualquiera. Volteó la cabeza con una actitud prepotente. Yo no existía para ella.
Esa fue mi presentación, debut y despedida.
En fin, sufrí sus arranques de mujer vanidosa, déspota y blasfema. Pero la entendí.
Como ella misma lo proclamaba en uno de sus poemas: soy soberbia, altiva, ególatra, loca…
Tiempo después, encontré un recorte de periódico donde se hablaba de esta singular mujer. Me llamó la atención el poema que la dibujaba tal cual ella se veía.
’Yo soy bruja, apostata y hereje, / bella, inquietante, blanca y alarmante./ Yo soy eternamente desquiciante/ yo soy del mundo una antena, un eje.’
Y me olvidé de ella.
Al paso de los años, en la calle con un vendedor de libros viejos encontré su libro: ’La Undécima musa Guadalupe Amor’, del autor Michael Karl Shuessler con prólogo de Elena Poniatowska, su sobrina. La obra trae en la primera página una dedicatoria que con mucha imaginación dice: Para Mario. Mando un beso. Guadalupe Amor.
Y me sumergí en su vida y conocí la hermosura de esa mujer. Amé su poesía. Un ser de otro tiempo, otro ritmo de palabra y una abierta alma desesperante…
’Soy vanidosa, déspota, blasfema,/ Soberbia, altiva, ingrata, desdeñosa,/ Pero conservo aún la tez de rosa./ La lumbre del infierno a mí me quema… Soy perversa, malvada, vengativa,/ Es prestada mi sangre y fugitiva./ Mis pensamientos son muy taciturnos./ Mis sueños de pecado son nocturnos,/ Soy histérica, loca desquiciada;/ Pero a la eternidad ya sentenciada’.
Aprendí de la Pita, ignorada por mi, ese amor de frágil mariposa. Lástima –como decía Carlo Coccioli: que esta sociedad mezquina le ha echado encima el sarape del olvido. Tal vez por sus versos de terrible dolor o por su aguda inteligencia y vanidad gloriosa. Bellísima mujer, enamorada de sí misma. ’Atrevida en una época que no la comprendió. Símbolo de la Zona Rosa. ’Mujer sensual de piel lechosa y cutis de porcelana’. Mito y realidad de un pasado glorioso. Enormes ojos. Sus pasos menuditos. ’mujer-visión’. Esa era Pita Amor.
Eso sí, era un personaje raro, hermético, ’absorto en su mundo distante, completamente suyo’. Su grandeza, inimitable. Bendecida con el don de la poesía y con una memoria prodigiosa, abstraída del mundo que la rodeaba, perdida en su universo de sonetos, endechas, romances y liras. Le encantaba declamar la poesía que más le gustaba:
’Shakespeare me llamó genial/ Lope de Vega, infinita/ Calderón, bruja maldita/ y Fray Luis la episcopal.
Quevedo, grande inmortal/ Y Góngora la contrita. / Sor Juana, monja maldita/ Y Bécquer la mayoral.
Rubén Darío, la hemorragia; / La hechicera de la magia. / Machado, la alucinante
Villaurrutia, enajenante/ García Lorca, la grandiosa. / Y yo me llamé la Diosa.’
Su modestia la llevaba a decir: ’mientras mi cuerpo se va para abajo, mi tinta sube.
Elisa Robledo en un ensayo titulado ’La Verdadera historia de un Amor llamado Pita’, en referencia al libro ’Yo soy mi casa’, cuenta que el nombre completo de la poetisa es Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein. Fue la más chica de siete hermanos. ’Era tan fuerte en sus pocos años el delirio de grandeza que empezó a fabricar un tumulto de aristócratas fantasmas que la aprisionaron en un mundo seductor’.
Versifica su vida:
’Yo de niña fui graciosa, / De adolecente, llorona,/ en mi juventud cabrona, y en mi verano impetuosa.’ Su madre siempre decía que ’era imposible domarla. Intentar hacer eso, era como querer cambiar su sangre’.
Sus ojos eran de color cambiante. Un día escribió: Mis ojos de larguísimas pestañas que no lograban dar sombra a mi rostro…Mis ojos en los que una brizna de polvo hizo que yo sintiese el deseo de arrancármelos, de extirparlos de sus órbitas, por las molestias que me causaban. Mis ojos que cuando se cerraban unínse a mi cerebro para fabricar dragones, hadas, tornasoles y sirenas escamadas de diamantes… Mis ojos rojos por el llanto incubado en soledad… Mis ojos astutos buscando el más grande de los panes en la merienda… Mis ojos opacados por el aburrimiento y el tedio. ¿Por qué mis ojos? ¡Siempre mis ojos!
Necesitaba mirar menos… ¡Qué manera de sufrir!
Sin embargo, cada noche, le rogaba a Dios que hiciera una excepción y que no sólo la dejara asistir al fin del mundo, sino que le concediera ser eterna, conservando su cuerpo, su cara y hasta el mismo peinado.
Y murió Pita Amor en el olvido.
Era un ciclón, un meteoro, una fuerza de la naturaleza. Siempre desafiante y con la cabeza en alto. Impredecible, liberada e independiente. Pero Guadalupe deseaba la presencia de Dios.
Confesaba: ’Hablo de Dios, como el ciego/ Que hablase de los colores,/ E incurro en graves errores/ cuando al definirlo llego./ De mi soberbia reniego,/ Porque tengo que aceptar/ Que no sabiendo mirar/ Es imposible entender./ ¡Soy ciega y no puedo ver,/ y quiero a Dios abarcar..!’. En un tiempo Pita perdió la razón.
Y al final de su vida reconoció, ’cuidaba más mi belleza, porque siempre me la han elogiado más que mi poesía’.

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